A MIS MUERTAS Y A MIS MUERTOS

Prendo una vela. Fijo mi mirada y mis sentires hacia ellos, con los que comparto sangre y con los comparto alma, con los que compartí camino, a los que ni conocí, de los que me hablaron, de los que escuché hablar y a los que nunca fueron nombrados. Y por delante vayan mi hija y mis hermanos que nunca nacieron, van Ramón, va Marga y va Iko.
Vuestro tránsito marcó mi llegada, mis días, mi camino. Os honro ahora y siempre.
Durante vuestra partida leí, grité, caminé y caminé todo lo que pude, sin parar, asistí y acompañe en lo que se me permitió, corrí y lloré, por supuesto que lloré, y escribí y canté en soledad.
A entierros y veladas asistí acompañada, no entendía, hablé sintiéndome rodeada de muertos vivientes… ¡¿muertos enterrando a muertos?!... ¡¿muertos en vida?!... ¡¿un entierro de muertos?!...
…y comprendí,
más allá de las frívolas estructuras y negocios de la muerte y el dolor, de los formatos, modelos, maneras y opciones limitadas que ofrece el país donde habito y la cultura que lo rige,
más allá de anhelados rituales y emociones reprimidas,
comprendí que ella siempre esta,
siempre presente,
permanente,
persistente,
indulgente,
subyacente
y por encima de todo seductora…
Ya abrazo a la muerte, no le temo y lo sabe, sé quien es, sabe quien soy, nos conocemos. Pues las más grandes situaciones de miedo extremo no fueron frente a la muerte sino frente a la vida, al dolor. Superar miedos, superar la vida, muerte, cambio, transformación, renacer, revivir, transmutar, resurgir, reinventar, es transitar, traspasar. Metamorfosis que se dan en cada momento y en cada aliento, a cada paso tras de sí se va un instante que muere.
El mensaje es claro y desde el otro lado lo susurran:
- “Vive, vive, vive…”
Octubre 2020
TaT